APÉNDICE: EL RELATO DE CONTAT DE LA MATANZA
DE GATOS
El siguiente relato es de Nicolás Contal (Anecdotes typographiques oú l'on voit la description
des coutumes, moeurs et usages singuliers des compagnans imprimeurs, comp. Giles
Barber, Oxford, 1980, pp. 51-53).
Luego de una jornada de trabajo agotador y de una comida repugnante, los dos aprendices
se retiran a su dormitorio, un cobertizo despreciable y húmedo situado en una esquina del
patio. El episodio se cuenta en tercera persona, desde el punto de vista de Jerome:
Está tan cansado y necesita descansar tan desesperadamente que el cobertizo le parece un
palacio. Después de soportar la persecución y el maltrato durante todo el día, al fin podrá
relajarse, pero unos gatos endemoniados celebran un aquelarre durante toda la noche.
Hacen tanto ruido que les roban el breve descanso que se da a los aprendices antes de que
los obreros lleguen a trabajar muy temprano en la mañana, exigiendo que se les abra la
puerta tocando constantemente una campana infernal. Los muchachos tienen que
levantarse y atravesar el patio, temblando bajo sus camisones de dormir, para abrir la
puerta. Los trabajadores nunca se moderan. No importa qué hagas para agradarlos,
siempre les estás haciendo perder su tiempo, y te tratan de perezoso bueno para nada. Le
dan órdenes a Léveillé: "¡Enciende la caldera! ¡Trae agua para las cubetas!" Se supone que
esas tareas deben realizarlas los aprendices, principiantes que viven en sus casas, pero
llegan hasta las seis o las siete de la mañana. Todo mundo se pone a trabajar: los
aprendices, los oficiales, todos excepto el patrón y la patrona. Sólo ellos pueden gozar de la
dulzura del sueño. Esto hace que Jerome y Léveillé sientan envidia. Deciden que no serán
los únicos en sufrir; quieren que su patrón y su patrona sean sus compañeros. Pero ¿cómo
lograrlo?
Léveillé tiene un extraordinario talento para imitar las voces y los más leves gestos de todos
los que lo rodean. Es un actor consumado; ésa es la verdadera profesión que ha aprendido
en la imprenta. También hace imitaciones perfectas del aullido de perros y gatos. Decide
saltar de techo en techo hasta llegar a una cañería próxima a la recámara del burgués y la
burguesa. Desde allí puede atacarlos con andanadas de maullidos. Es fácil para él: hijo de
un techador, puede deslizarse por los tejados como un gato.
Nuestro ataque oculto es tan perfecto que todo el vecindario se alarma. Se corre la voz de
que rondan las brujas y de que los gatos deben ser los agentes de alguien que desea
embrujarlos. Es un caso para el cura, el amigo íntimo de la casa y confesor de la señora. Ya
nadie puede dormir.
Léveillé representa un aquelarre las dos noches siguientes. Si uno no lo hubiera conocido,
habría creído que era una bruja. Finalmente, el patrón y la patrona no pueden soportar más:
"Es mejor ordenar a los muchachos que se deshagan de esos malvados animales". La
señora da la orden, encargándoles que eviten asustar a Grise (ése es el nombre de su gata
favorita).
La señora siente pasión por los gatos, igual que muchos otros dueños de imprentas. Uno de
ellos tenía 25 gatos; también tenía sus retratos pintados y los alimentaba con aves asadas.
Pronto se organiza la cacería. Los aprendices deciden acabar con todos los gatos, y se
suman a la empresa los oficiales. Los patrones aman a los gatos, y por consiguiente ellos
tienen que odiarlos. Un hombre se arma con una varilla de la prensa, otro con un palo del
cuarto de secado, y otros con mangos de escobas. Cuelgan sacos de las ventanas del ático
y de las bodegas para atrapar a los gatos que intenten escapar brincando hacia la calle. Se
eligen a los batidores, todo se organiza. Léveillé y su camarada Jerome presiden la fiesta,
cada uno armado con una varilla de hierro del taller. Primero se encargan de Grise, la gata
de la señora. Léveillé la ataranta con un fuerte golpe en los ríñones y Jerome la remata.
Después Léveillé oculta su cadáver en un albañal; porque no quieren ser descubiertos: es
algo grave, un asesinato, que debe permanecer oculto. Los hombres siembran el terror en
los tejados. Sobrecogidos de pánico, los gatos se arrojan dentro de los sacos. Algunos son
muertos en el acto, y otros son condenados a la horca para diversión de toda la imprenta.
Los impresores saben reír, es su única diversión.
La ejecución está a punto de iniciarse. Se nombra un verdugo, un cuerpo de guardias, y
hasta un confesor. Después se pronuncia la sentencia.
En medio del escándalo, se presenta la patrona. ¡Cuál no es su sorpresa cuando ve la
sangrienta ejecución! Deja escapar un grito, pero lo contiene, porque cree ver a Grise, y
está segura de que esa suerte ha sufrido su gata favorita. Los trabajadores le aseguran que
nadie sería capaz de semejante crimen, que sienten mucho respeto por la casa.
Se presenta el burgués. "¡Canallas —dice—, en vez de trabajar están matando gatos!" La
señora al señor: "Estos malvados no pueden matar a sus patrones, por eso mataron a mi
gatita. No puedo encontrarla, ya la he buscado en todas partes; deben haberla ahorcado".
Le parece que ni la sangre de todos los obreros bastaría para redimir semejante afrenta. ¡La
pobre Grise., una gatita maravillosa!
El señor y la señora se retiran, dejando que los obreros hagan su voluntad. Los impresores
se deleitan con el desorden; están enajenados de alegría.
¡Qué espléndido motivo para reír, que bella copie! Se divertirán mucho tiempo. Léveillé
desempeñará el papel principal y representará la obra por lo menos veinte veces. Imitará al
patrón, a la patrona, a toda la casa, abrumándolos con el ridículo. Su sátira no perdona a
nadie. Entre los impresores, los que sobresalen en esta diversión son llamados jobeurs,
porque ofrecen joberie.
Léveillé conquista muchos aplausos.
Debe advertirse que todos los trabajadores están en contra de los patrones. Basta hablar
mal de ellos [de los patrones] para ser estimado por todo el gremio de los tipógrafos.
Léveillé es uno de ellos. En reconocimiento a su mérito, será perdonado por algunas sátiras
que había hecho antes a los trabajadores.